Este domingo comienza el tiempo Adviento, que durará hasta Nochebuena, la grande fiesta de Navidad. ¿Cuál es la propuesta que nos hace la Iglesia para estas cuatro semanas? Creo que la palabra central, tanto de la liturgia de este domingo, como del tiempo de Adviento en general, es la palabra esperanza. Además, es el tema del grande jubileo que celebraremos en este próximo 2025: “Peregrinos de la esperanza”.
No es fácil esperar en un tiempo de crisis: y este es el tema del Evangelio. Cuando Jesús dice que “Las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán”, no está hablando de un tiempo venidero, un futuro lejano o incluso imaginario. Con estas palabras, ¡Jesús describe nuestro tiempo presente! Y no es fácil esperar en un tiempo en que cada semana estalla un nuevo conflicto, se promulgan leyes mortiferas e injustas, como la que está pasando en Inglaterra y Gales para permitir al Estado de matar a los ancianos cuya vida se considera que ya no es útil; o la Ley que recién han propuesto para nuestra Ciudad de México de permitir el aborto hasta el noveno mes. He encontrado a mamás y abuelos seriamente preocupados y tristes, que me ponen la pregunta: ¿en qué tipo de mundo y sociedad crecerán nuestros queridos nietos? En efecto, es una pregunta lícita; y no es fácil esperar.
Sin embargo, siempre en el Evangelio, Jesús invita a levantar la mirada y tener confianza: “Cuando estas cosas comiencen a suceder”, nos dice, “pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”. Consideremos con detenimiento estas dos invitaciones.
“Levanten la cabeza”. La actitud del desesperado, de la persona que ha sufrido por el mal y está humillada, es precisamente la de caminar por el mundo con la cabeza agachada, mirando el piso. Hoy día esto tiene otra manifestación: me encierro en el celular, que es lo mismo que tener siempre la mirada agachada. La mirada y la cabeza agachadas son el primer signo de una persona sin esperanza. El sentinela, en cambio, vive con la mirada alta, escrutando a lo lejos. ¿Cómo tenemos nuestra mirada? ¿Nos encerramos en mundo virtuales porque ya no esperamos nada de nuestra realidad? ¿Sentimos que el partido ya está perdido? Entonces esta palabra de Cristo nos invita a un primer cambio, una verdadera conversión: “¡Levantemos la cabeza!”.
Sin embargo, uno podría preguntarse: “¿Vale la pena arriesgarse y esperar?”. Jesús dice en el Evangelio: “Se acerca la hora de su liberación”. Es decir, viene en camino, ya la pueden divisar; incluso, ya está tocando a la puerta de su casa. Está a un paso. Y ahí viene la segunda invitación, nos dice cómo tenemos que vivir este tiempo: “Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos […]. Velen, pues, y hagan oración continuamente”.
El hombre feliz es el hombre que mantiene viva la esperanza: nada está perdido, precisamente porque Jesús viene y lo rescata todo: me rescata a mí, a mis seres queridos y toda mi realidad. Viene a donarnos un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1), y todas las promesas (Jer 33,14) que nos hace Dios se cumplirán.
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